Preparada por los ancianos y hermanos de muchas congregaciones de cristianos (Bautizados por profesión de fe) en Londres y el resto de Inglaterra.
“Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10).
CAPÍTULO 1
DE LAS SANTAS ESCRITURAS
1. La Santa Escritura es la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores.1 Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que dejan a los hombres sin excusa2, no son, sin embargo, suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación.3 Por tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia;4 y posteriormente, para conservar y propagar mejor la verdad y para un establecimiento y consuelo más seguros de la Iglesia contra la corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias,5 habiendo cesado ya aquellas maneras anteriores por las cuales Dios reveló su voluntad a su pueblo.6
1. 2 Ti. 3:15–17; Is. 8:20; Lc. 16:29, 31; Ef. 2:20
2. Ro. 1:19–21, 32; Ro. 2:12a, 14, 15; Sal. 19:1–3
3. Sal. 19:1–3 con vv. 7–11; Ro. 1:19–21; 2:12a, 14, 15 con 1:16, 17 y 3:21
4. He. 1:1, 2a
5. Pr. 22:19–21; Lc. 1:1–4; 2 P. 1:12–15; 3:1; Dt. 17:18 ss.; 31:9 ss., 19 ss.; 1 Co. 15:1; 2 Ts. 2:1, 2, 15; 3:17; Ro. 1:8–15; Gá. 4:20; 6:11; 1 Ti. 3:14 ss.; Ap. 1:9, 19; 2:1, etc.; Ro. 15:4; 2 P. 1:19–21
6. He. 1:1, 2a; Hch. 1:21, 22; 1 Co. 9:1; 15:7, 8; Ef. 2:20
2. Bajo el nombre de la Santa Escritura, o la Palabra de Dios escrita, están ya contenidos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, que son estos:
Antiguo Testamento
Génesis – Éxodo – Levítico – Números - Deuteronomio Josué – Jueces – Rut – 1 Samuel – 2 Samuel – 1 Reyes – 2 Reyes – 1 Crónicas – 2 Crónicas – Esdras – Nehemías – Ester – Job – Salmos – Proverbios – Eclesiastés – Cantar de los Cantares – Isaías – Jeremías – Lamentaciones - Ezequiel – Daniel – Oseas – Joel – Amós – Abdías – Jonás – Miqueas – Nahúm – Habacuc – Sofonías – Hageo – Zacarías – Malaquías.
Nuevo Testamento
Mateo – Marcos – Lucas – Juan - Hechos de los Apóstoles – Romanos – 1 Corintios – 2 Corintios – Gálatas – Efesios - Filipenses - Colosenses – 1 Tesalonicenses – 2 Tesalonicenses - 1Timoteo – 2 Timoteo – Tito – Filemón – Hebreos – Santiago – 1 Pedro – 2 Pedro – 1 Juan – 2 Juan – 3 Juan – Judas - Apocalipsis
Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y de vida.1
1 .2 Ti. 3:16 con 1 Ti. 5:17, 18; 2 P. 3:16
3. Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no siendo de inspiración divina, no forman parte del canon o regla de la Escritura y, por tanto, no tienen autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse excepto de la misma manera que otros escritos humanos.1
1. Lc. 24:27, 44; Ro. 3:2
4. La autoridad de la Santa Escritura, por la que esta debe ser creída, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia,1 sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el autor de ella; por tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de Dios.2
1. Lc. 16:27–31; Gá. 1:8, 9; Ef. 2:20
2. 2 Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41 ss; Jn. 10:35; Gá. 3:16; Hch. 1:16; 2:24 ss; 13:34, 35; Jn. 19:34–36; 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54; Jn. 13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19–21; Mt. 5:17, 18; 4:1–11
5. El testimonio de la Iglesia de Dios puede movernos e inducirnos a tener una alta y reverente estima por las Santas Escrituras;1 y el carácter celestial del contenido, la eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, la armonía de todas las partes, el fin que se propone alcanzar en todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a Dios), la plena revelación que dan del único camino de salvación para el hombre, y muchas otras incomparables excelencias y plenas perfecciones de las mismas, son argumentos por los cuales dan abundante evidencia de ser la Palabra de Dios.2 A pesar de ello, sin embargo, nuestra plena persuasión y certeza de su verdad infalible y su autoridad divina provienen de la obra interna del Espíritu Santo, quien da testimonio en nuestros corazones por medio de la Palabra y con ella.3
1. 2 Ti. 3:14, 15
2. Jer. 23:28, 29; Lc. 16:27–31; Jn. 6:63; 1 P. 1:23–25; He. 4:12, 13; Dt. 31:11–13; Jn. 20:31; Gá. 1:8, 9; Mr. 16:15, 16
3. Mt. 16:17; 1 Co. 2:14 ss.; Jn. 3:3; 1 Co. 2:4, 5; 1 Ts. 1:5, 6; 1 Jn. 2:20, 21 con v. 27
6. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto o necesariamente contenido en la Santa Escritura; a la cual nada, en ningún momento, ha de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres.1
Sin embargo, reconocemos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es necesaria para un entendimiento salvador de aquellas cosas que están reveladas en la Palabra,2 y que hay algunas circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, según las normas generales de la Palabra, que han de guardarse siempre.3
1. 2 Ti. 3:15–17; Dt. 4:2; Hch. 20:20, 27; Sal. 19:7; 119:6, 9, 104, 128
2. Jn. 6:45; 1 Co. 2:9–14
3. 1 Co. 14:26, 40
7. No todas las cosas contenidas en las Escrituras son igualmente claras en sí mismas1 ni son igualmente claras para todos;2 sin embargo, las cosas que necesariamente han de saberse, creerse y guardarse para salvación, se proponen y exponen tan claramente en uno u otro lugar de la Escritura que no solo los eruditos, sino los que no lo son, pueden adquirir un entendimiento suficiente de tales cosas por el uso adecuado de los medios ordinarios.3
1. 2 P. 3:16
2. 2 Ti. 3:15–17
3. 2 Ti. 3:14–17; Sal. 19:7–8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr. 6:22, 23; Dt. 30:11–14
8. El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma nativo del pueblo de Dios antiguamente),1 y el Nuevo Testamento en griego (que en el tiempo en que fue escrito era el idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo inspirados inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los tiempos por su especial cuidado y providencia, son, por tanto, auténticos;2 de tal forma que, en toda controversia religiosa, la Iglesia debe apelar a ellos en última instancia.3 Pero debido a que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo de Dios, que tiene derecho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le manda leerlas16 y escudriñarlas4 en el temor de Dios, se sigue que han de traducirse a la lengua vulgar [es decir, común] de toda nación a la que sean llevadas,5 para que morando abundantemente la Palabra de Dios en todos, puedan adorarle de manera aceptable y para que, por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengan esperanza.6
1. Ro. 3:2
2. Mt. 5:18
3. Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16, 17; Jn. 10:34–36
4. Dt. 17:18–20; Pr. 2:1–5; 8:34; Jn. 5:39, 46
5. 1 Co. 14:6, 9, 11, 12, 24, 28
6. Col. 3:16; Ro. 15:4
9. La regla infalible de interpretación de la Escritura es la propia Escritura; y, por consiguiente, cuando surge una duda respecto al verdadero y pleno sentido de cualquier Escritura (que no es múltiple, sino único), éste se debe buscar por medio de otros pasajes que hablen con más claridad.1
1. Is. 8:20; Jn. 10:34–36; Hch. 15:15, 16
10. El juez supremo, por el que deben decidirse todas las controversias religiosas, y por el que deben examinarse todos los decretos de concilios, las opiniones de autores antiguos, las doctrinas de hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar, no puede ser otro sino la Santa Escritura entregada por el Espíritu. A dicha Escritura así entregada, se reduce nuestra fe en última instancia.1
1. Mt. 22:29, 31, 32; Ef. 2:20; Hch. 28:23–25
CAPÍTULO 2
DE DIOS Y DE LA SANTA TRINIDAD
1. El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero;1 cuya subsistencia está en él mismo y es de él mismo, infinito en ser y perfección;2 cuya esencia no puede ser comprendida por nadie sino por él mismo;3 es espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz inaccesible;4 es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, infinito en todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto;5 que hace todas las cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad, para su propia gloria;6 es amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado;7 galardonador de los que le buscan con diligencia, y, sobre todo, justísimo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por inocente al culpable.8
1. Dt. 6:4; Jer. 10:10; 1 Co. 8:4, 6; 1 Ts. 1:9
2. Is. 48:12
3. Ex. 3:14; Job 11:7, 8; 26:14; Sal. 145:3; Ro. 11:33, 34
4. Jn. 4:24; 1 Ti. 1:17; Dt. 4:15, 16; Lc. 24:39; Hch. 14:11, 15; Stg. 5:17
5. Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 R. 8:27; Jer. 23:23, 24; Sal. 90:2; 1 Ti. 1:17; Gn. 17:1; Ap. 4:8; Is. 6:3; Ro. 16:27; Sal. 115:3; Ex. 3:14
6. Ef. 1:11; Is. 46:10; Pr. 16:4; Ro. 11:36
7. Ex. 34:6, 7; 1 Jn. 4:8
8. He. 11:6; Neh. 9:32, 33; Sal. 5:5, 6; Nah. 1:2, 3; Ex. 34:7
2. Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria, bondad y bienaventuranza, es todo suficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas;1 él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas, teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer mediante ellas, para ellas y sobre ellas todo lo que le agrade;2 todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o incierta.3 Es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos;4 a él se le debe, por parte de los ángeles y los hombres, toda adoración, servicio u obediencia que como criaturas deben al Creador, y cualquier cosa adicional que a él le placiera demandar de ellos.5
1. Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; 119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2, 3; Hch. 17:24, 25
2. Ap. 4:11; 1 Ti. 6:15; Ro. 11:34–36; Dn. 4:25, 34, 35
3. He. 4:13; Ro. 11:33, 34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5
4. Sal. 145:17; Ro. 7:12
5. Ap. 5:12–14
3. En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo,1 de una sustancia, poder y eternidad, teniendo cada uno toda la esencia divina, pero la esencia indivisa:2 el Padre no es de nadie, ni por generación ni por procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo;3 todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de él.
1. Mt. 3:16, 17; 28:19; 2 Co. 13:14
2. Ex. 3:14; Jn. 14:11; 1 Co. 8:6
3. Pr. 8:22–31; Jn. 1:1–3, 14, 18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn. 4:14; Gá. 4:4–6
CAPÍTULO 3
DEL DECRETO DE DIOS
1. Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente,1 todas las cosas, todo lo que sucede;2 sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene comunión con nadie en el mismo;3 ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien se las establece;4 en lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y fidelidad en efectuar su decreto.5
1. Pr. 19:21; Is. 14:24–27; 46:10, 11; Sal. 115:3; 135:6; Ro. 9:19
2. Dn. 4:34, 35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11
3. Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jn. 1:5
4 Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5–7; Mt. 17:12; Jn. 19:11; Hch. 2:23; 4:27, 28 5 Nm. 23:19; Ef. 1:3–5
2. Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones que se puedan suponer,1 sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro o como aquello que había de suceder en dichas condiciones.2
1. 1 S. 23:11, 12; Mt. 11:21, 23; Hch. 15:18
2. Is. 40:13, 14; Ro. 9:11–18; 11:34; 1 Co. 2:16
3. Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados, o preordinados, a vida eterna por medio de Jesucristo, para alabanza de la gloria de su gracia;1 a otros se les deja actuar en su pecado para su justa condenación, para alabanza de la gloria de su justicia.2
1. 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef. 1:5, 6
2. Jn. 12:37–40; Ro. 9:6–24; 1 P. 2:8–10; Jud. 4
4. Estos ángeles y hombres así predestinados y preordinados están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se puede ni aumentar ni disminuir.1
1. Mt. 22:1–14; Jn. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co. 7:20–22; 2 Ti. 2:19
5. A aquellos de la humanidad que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y beneplácito de su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna, meramente por su libre gracia y amor,1 sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, le moviera a ello.2
1. Ro. 8:30; Ef. 1:4–6, 9; 2 Ti. 1:9 2 Ro. 9:11–16; 11:5, 6
6. Así como Dios ha designado a los elegidos para la gloria, de la misma manera, por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordinado todos los medios para ello;1 por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo,2 eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido tiempo, son justificados, adoptados, santificados3 y guardados por su poder, mediante la fe, para salvación;4 asimismo nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos.5
1. 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; 2:10
2. 1 Ts. 5:9, 10; Tit. 2:14
3. Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13
4. 1 P. 1:5
5. Jn. 6:64–65; 8:47; 10:26; 17:9; Ro. 8:28; 1 Jn. 2:19
7. La doctrina del profundo misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado,1 para que los hombres, al atender a la voluntad de Dios revelada en su Palabra y, al prestar obediencia a la misma, puedan, por la certeza de su llamamiento eficaz, estar seguros de su elección eterna;2 de este modo, esta doctrina proporcionará motivo de alabanza, reverencia y admiración a Dios,3 y de humildad,4 diligencia5 y abundante consuelo6 a todos los que sinceramente obedecen al evangelio.
1. Dt. 29:29; Ro. 9:20; 11:33
2. 1 Ts. 1:4, 5; 2 P. 1:10
3. Ef. 1:6; Ro. 11:33
4. Ro. 11:5, 6, 20; Col. 3:12
5. 2 P. 1:10
6. Lc. 10:20
CAPÍTULO 4
DE LA CREACIÓN
1. En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,1 para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad eternos,2 crear o hacer el mundo y todas las cosas que en él hay, ya sean visibles o invisibles,3 en el lapso de seis días,4 y todas muy buenas.5
1. He. 1:2; Jn. 1:2, 3; Gn. 1:2; Job 26:13; 33:4
2. Ro. 1:20; Jer. 10:12; Sal. 104:24; 33:5, 6; Pr. 3:19; Hch. 14:15, 16
3. Gn. 1:1; Jn. 1:2; Col. 1:16
4. Gn. 2:1–3; Ex. 20:8–11
5. Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12
2. Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para aquella vida para con Dios para la cual fueron creados;1 siendo hechos a imagen de Dios, en conocimiento, justicia y santidad de la verdad;2 teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones, y el poder para cumplirla y, sin embargo, con la posibilidad de transgredirla, por haber sido dejados a la libertad de su propia voluntad, que era mutable.3
1. Gn. 1:27; 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7
2. Gn. 1:26, 27; 5:1–3; 9:6; Ec. 7:29; 1 Co. 11:7; Stg. 3:9; Col. 3:10; Ef. 4:24
3. Ro. 1:32; 2:12a, 14, 15; Gn. 3:6; Ec. 7:29; Ro. 5:12
3. Además de la ley escrita en sus corazones, recibieron un mandato de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal; y, mientras lo guardaron, fueron felices en su comunión con Dios y tuvieron dominio sobre las criaturas.1
1. Gn. 1:26,28; 2:17
CAPÍTULO 5
DE LA DIVINA PROVIDENCIA
1. Dios, el buen Creador de todo,1 en su infinito poder y sabiduría,2 sostiene, dirige, dispone y gobierna3 a todas las criaturas y cosas, desde la mayor hasta la más pequeña,4 por su sapientísima y santísima providencia,5 con el fin para el cual fueron creadas,6 según su presciencia infalible, y el libre e inmutable consejo de su propia voluntad;7 para alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y misericordia.8
1. Gn. 1:31; 2:18; Sal. 119:68
2. Sal. 145:11; Pr. 3:19; Sal. 66:7
3. He. 1:3; Is. 46:10, 11; Dn. 4:34, 35; Sal. 135:6; Hch. 17:25–28; Job 38–41
4. Mt. 10:29–31
5. Pr. 15:3; Sal. 104:24; 145:17
6. Col. 1:16, 17; Hch. 17:24–28
7. Sal. 33:10, 11; Ef. 1:11
8. Is. 63:14; Ef. 3:10; Ro. 9:17; Gn. 45:7; Sal. 145:7
2. Aunque en relación a la presciencia y el decreto de Dios, la causa primera, todas las cosas suceden inmutable e infaliblemente, de modo que nada ocurre a nadie por azar o sin su providencia;1 sin embargo, por la misma providencia, las ordena de manera que ocurran según la naturaleza de las causas secundarias, ya sea necesaria, libre o contingentemente.2
1 Hch. 2:23; Pr. 16:33
2 Gn. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt. 19:5; Is. 10:6–7; Lc. 13:3, 5; Hch. 27:31; Mt. 5:20, 21; Fil. 1:19; Pr. 20:18; Lc. 14:25 ss.; Pr. 21:31; 1 R. 22:28, 34; Rt. 2:3
3. Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de medios;1 sin embargo, él es libre de obrar sin ellos,2 por encima de ellos3 y contra ellos,4 según le plazca.
1 .Hch. 27:22, 31, 44; Is. 55:10, 11; Os. 2:21, 22
2. Os. 1:7; Lc. 1:34, 35
3. Ro. 4:19–21
4. Ex. 3:2, 3; 2 R. 6:6; Dn. 3:27
4. El poder omnipotente, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se manifiestan en su providencia hasta tal punto que su consejo determinado se extiende aun hasta la primera Caída y a todas las demás acciones pecaminosas, tanto de los ángeles como de los hombres1 (y eso no por un mero permiso), las cuales él sapientísima y poderosamente limita, y asimismo ordena y gobierna de múltiples maneras para sus santísimos fines;2 sin embargo, lo hace de tal modo que la pecaminosidad de sus acciones procede solo de las criaturas, y no de Dios, quien siendo justísimo y santísimo, no es, ni puede ser, autor del pecado ni lo aprueba.3
1. Ro. 11:32–34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22, 23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23; 4:27, 28
2. Hch. 14:16; 2 R. 19:28; Gn. 50:20; Is. 10:6, 7, 12
3. Stg. 1:13, 14, 17; 1 Jn. 2:16; Sal. 50:21
5. El Dios sapientísimo, justísimo y clementísimo a menudo deja por algún tiempo a sus propios hijos en diversas tentaciones y en las corrupciones de sus propios corazones, a fin de disciplinarlos por sus pecados anteriores o para revelarles la fuerza oculta de la corrupción y el engaño de sus corazones, para que sean humillados; y para llevarlos a una dependencia de él más íntima y constante para su apoyo; y para hacerlos más vigilantes contra todas las ocasiones futuras de pecado, y para otros fines santos y justos.1 Por consiguiente, todo lo que ocurre a cualquiera de sus elegidos es por su designio, para su gloria y para el bien de ellos.2
1. 2 Cr. 32:25, 26, 31; 2 S. 24:1; Lc. 22:34, 35; Mr. 14:66–72; Jn. 21:15–17
2. Ro. 8:28
6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como juez justo, ciega y endurece a causa de su pecado anterior,1 no solo les niega su gracia, por la cual él podría haber iluminado su entendimiento y obrado en sus corazones,2 sino que también algunas veces les retira los dones que tenían,3 y los deja expuestos a aquellas cosas que su corrupción convierte en ocasión de pecado;4 y, a la vez, los entrega a sus propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás,5 por lo cual sucede que se endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para ablandar a otros.6
1. Ro. 1:24–26, 28; 11:7, 8
2. Dt. 29:4
3. Mt. 13:12; 25:29
4. Dt. 2:30; 2 R. 8:12, 13
5.Sal. 81:11, 12; 2 Ts. 2:10–12
6. Ex. 7:3; 8:15, 32; 2 Co. 2:15, 16; Is. 6:9, 10; 8:14; 1 P. 2:7; Hch. 28:26, 27; Jn. 12:39, 40
7. Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza en general a todas las criaturas, así también de un modo más especial cuida de su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien de la misma.1
1. Pr. 2:7, 8; Am. 9:8, 9; 1 Ti. 4:10; Ro. 8:28; Ef. 1:11, 22; 3:10, 11, 21; Is. 43:3–5, 14
CAPÍTULO 6
DE LA CAÍDA DEL HOMBRE, DEL PECADO Y SU CASTIGO
1. Si bien Dios creó al hombre recto y perfecto, y le dio una ley justa, que hubiera sido para vida si la hubiera guardado, y amenazó con la muerte su transgresión, sin embargo no permaneció mucho tiempo en este honor,1 usando Satanás la sutileza de la serpiente para subyugar a Eva y entonces a través de ella seduciendo a Adán, quien sin ninguna coacción, deliberadamente transgredió la ley bajo la cual habían sido creados y también el mandato que les había sido dado, al comer del fruto prohibido,2 lo cual agradó a Dios, conforme a su sabio y santo consejo, permitir, habiéndose propuesto disponerlo para su propia gloria.3
1. Ec. 7:29; Ro. 5:12a, 14, 15; Gn. 2:17; 4:25–5:3
2. Gn. 3:1–7; 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14
3. Ro. 11:32–34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22, 23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23; 4:27, 28
2. Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia original y de su comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo que la muerte sobrevino a todos;1 viniendo a estar todos los hombres muertos en pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.2
1 Gn. 3:22–24; Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4, 5; 58:3; Ef. 2:1–3; Gn. 8:21; Pr. 22:15
2 Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10–18; 1:21; Ef. 4:17–19; Jn. 5:40; Ro. 8:7
3. Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por designio de Dios en lugar de toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la naturaleza corrompida transmitida a su posteridad descendiente de ellos mediante generación ordinaria, siendo ahora concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a la muerte y a todas las demás desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a no ser que el Señor Jesús los libere.1
1. Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4–5; 58:3; Ef. 2:1–3; Gn. 8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; 15:14
4. De esta corrupción original, por la cual estamos completamente impedidos, incapaces y opuestos a todo bien y enteramente inclinados a todo mal,1 proceden todas las transgresiones en sí.2
1 Mt. 7:17, 18; 12:33–35; Lc. 6:43–45; Jn. 3:3, 5; 6:37, 39, 40, 44, 45, 65; Ro. 3:10–12; 5:6; 7:18; 8:7, 8; 1 Co. 2:12-14
2. Mt. 7:17–20; 12:33–35; 15:18–20
5. La corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son regenerados;1 y, aunque sea perdonada y mortificada por medio de Cristo, sin embargo ella misma y sus primeros impulsos son verdadera y propiamente pecado.2
1. 1 Jn. 1:8–10; 1 R. 8:46; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 7:14–25; Stg. 3:2
2. Sal. 51:4, 5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5, 7, 8, 17, 18, 25; 8:3–13; Gá. 5:17–24; Pr. 15:26; 21:4; Gn. 8:21; Mt. 5:27, 28
CAPÍTULO 7
DEL PACTO DE DIOS
1. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo éstas nunca podrían haber logrado la recompensa de vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto.1
1 .Job 35:7, 8; Sal. 113:5, 6; Is. 40:13–16; Lc. 17:5–10; Hch. 17:24, 25
2. Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída, agradó al Señor hacer un pacto de gracia,1 en el que gratuitamente ofrece a los pecadores vida y salvación por Jesucristo, requiriéndoles la fe en él para que puedan ser salvos,2 y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que están ordenados para vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer.3
1. Gn. 3:15; Sal. 110:4 (con He. 7:18–22; 10:12–18); Ef. 2:12 (con Ro. 4:13–17 y Gá. 3:18–22); He. 9:15
2 Jn. 3:16; Ro. 10:6, 9; Gá. 3:11
3 Ez. 36:26, 27; Jn. 6:44, 45
3. Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos adicionales hasta completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento;1 y está fundado en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de la redención de los elegidos;2 y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de inocencia.3
1. Gn. 3:15; Ro. 16:25–27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He. 1:1, 2
2. Sal. 110:4; Ef. 1:3–11; 2 Ti. 1:9
3 Jn. 8:56; Ro. 4:1–25; Gá. 3:18–22; He. 11:6, 13, 39, 40
CAPÍTULO 8
DE CRISTO EL MEDIADOR
1. Agradó a Dios,1 en su propósito eterno,2 escoger y ordenar al Señor Jesús, su unigénito Hijo, conforme al pacto hecho entre ambos,3 para que fuera el mediador entre Dios y el hombre; profeta, sacerdote, y rey; cabeza y salvador de la Iglesia, el heredero de todas las cosas, y juez del mundo;4 a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y glorificara.5
1. Is. 42:1; Jn. 3:16
2. 1 P. 1:20
3. Sal. 110:4; He. 7:21, 22
4. 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He. 5:5, 6; Sal. 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22, 23; 5:23; He. 1:2; Hch. 17:31
5. Ro. 8:30; Jn. 17:6; Is. 53:10; Sal. 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4, 5; 1 Co. 1:30
2. El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo verdadero y eterno Dios, el resplandor de la gloria del Padre, consustancial con aquel que hizo el mundo e igual a él, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha hecho,1 cuando llegó la plenitud del tiempo,2 tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus propiedades esenciales3 y con sus debilidades concomitantes,4 aunque sin pecado;5 siendo concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen María, al venir sobre ella el Espíritu Santo y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así fue hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y David según las Escrituras;6 de manera que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión alguna. Esta persona es verdadero Dios7 y verdadero hombre,8 aunque un solo Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre.9
1. Jn. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal. 102:25 con He. 1:10; 1 P. 2:3 con Sal. 34:8; Is. 8:12, 13 con 3:15; Jn. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit. 2:13; He. 1:8, 9; Fil. 2:5, 6; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:20
2. Gá. 4:4
3. He. 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12, 26; Lc. 7:44–46; Jn. 13:23; Mt. 9:10–13; 11:19; Lc. 22:44; He. 2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jn. 19:32–35; Mt. 26:36–44; Stg. 2:26; Jn. 19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr. 3:5; 10:14; Jn. 11:35; Lc. 19:41–44; 10:21; Mt. 4:1–11; He. 4:15 con Stg. 1:13; Lc. 5:16; 6:12; 9:18, 28; 2:40, 52; He. 5:8, 9
4. Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jn. 4:7; 19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3; He. 5:8; 2:10, 18; Gá. 4:4
5. Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15; 7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jn. 3:5
6. Ro. 1:3, 4; 9:5
7. Cf. ref. 1 arriba
8 Hch. 2:22; 13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5
9 Ro. 1:3, 4; Gá. 4:4, 5; Fil. 2:5–11
3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona del Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al Padre que habitase toda plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese del todo apto para desempeñar el oficio de mediador y fiador;1 el cual no tomó para sí, sino que fue llamado para el mismo por su Padre, quien también puso en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo cumpliera.2
1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22
2. He. 5:5; Jn. 5:22, 27; Mt. 28:18; Hch. 2:36
4. El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio,1 y para desempeñarlo, nació bajo la ley,2 la cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos correspondía a nosotros, el cual deberíamos haber llevado y sufrido,3 siendo hecho pecado y maldición por nosotros;4 soportando las más terribles aflicciones en su alma y los más dolorosos sufrimientos en su cuerpo;5 fue crucificado y murió, y permaneció en el estado de los muertos, aunque sin ver corrupción.6 Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo en que sufrió,7 con el cual también ascendió al cielo,8 y allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo,9 y regresará para juzgar a los hombres y a los ángeles al final del mundo.10
1. Sal. 40:7, 8 con He. 10:5–10; Jn. 10:18; Fil. 2:8
2. Gá. 4:4
3. Mt. 3:15; 5:17
4. Mt. 26:37, 38; Lc. 22:44; Mt. 27:46
5. Mt. 26–27
6. Fil. 2:8; Hch. 13:37
7. Jn. 20:25, 27
8. Hch. 1:9–11
9. Ro. 8:34; He. 9:24
10. Hch. 10:42; Ro. 14:9, 10; Hch. 1:11; Mt. 13:40–42; 2 P. 2:4; Jud. 6
5. El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el sacrificio de sí mismo1 que ofreció a Dios una sola vez por el Espíritu eterno,2 ha satisfecho plenamente la justicia de Dios,3 ha conseguido la reconciliación4 y ha comprado una herencia eterna en el reino de los cielos5 para todos aquellos que el Padre le ha dado.6
1. Ro. 5:19; Ef. 5:2
2. He. 9:14, 16; 10:10, 14
3. Ro. 3:25, 26; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 4:10 4 2 Co. 5:18, 19; Col. 1:20–23
5. He. 9:15; Ap. 5:9, 10
6. Jn. 17:2
6. Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta después de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios de la misma fueron comunicados a los elegidos en todas las épocas transcurridas desde el principio del mundo,1 en las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los mismos, en los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la cabeza de la serpiente,2 y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo,3 siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos.4
1 Gá. 4:4, 5; Ro. 4:1–9
2 Gn. 3:15; 1 P. 1:10, 11 3 Ap. 13:8
4 He. 13:8
7. Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a ambas naturalezas, haciendo por medio de cada naturaleza lo que es propio de ella; aunque, por razón de la unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza algunas veces se le atribuye en la Escritura a la persona denominada por la otra naturaleza.1
1. Jn. 3:13; Hch. 20:28
8. A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido eterna redención, cierta y eficazmente les aplica y comunica la misma,1 haciendo intercesión por ellos,2 uniéndoles a sí mismo por su Espíritu,3 revelándoles en la Palabra y por medio de ella el misterio de la salvación,4 persuadiéndoles a creer y obedecer,5 gobernando sus corazones por su Palabra y Espíritu,6 y venciendo a todos sus enemigos por su omnipotente poder y sabiduría,7 de tal manera y forma que sea más de acuerdo con su maravillosa e inescrutable dispensación;8 y todo por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna condición en ellos para granjearla.9
1. Jn. 6:37, 39; 10:15, 16; 17:9
2. 1 Jn. 2:1, 2; Ro. 8:34
3. Ro. 8:1, 2
4. Jn. 15:13, 15; 17:6; Ef. 1:7–9
5. 1 Jn. 5:20
6. Jn. 14:16; He. 12:2; Ro. 8:9, 14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18, 19; Jn. 17:17
7. Sal. 110:1; 1 Co. 15:25, 26; Col. 2:15
8. Ef. 1:9–11
9. 1 Jn. 3:8; Ef. 1:8
9. Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio solo de Cristo, quien es el Profeta, Sacerdote y Rey de la Iglesia de Dios; y no puede, ya sea parcial o totalmente, ser transferido de él a ningún otro.1
1. 1 Ti. 2:5
10. Este número y orden de oficios es necesario; pues, por nuestra ignorancia, tenemos necesidad de su oficio profético;1 y por nuestra separación de Dios y la imperfección del mejor de nuestros servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para reconciliarnos con Dios y presentarnos aceptos para con él;2 y por nuestra indisposición y total incapacidad para volver a Dios y para nuestro rescate y protección de nuestros adversarios espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos, atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial.3
1. Jn. 1:18
2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19–21 3 Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74, 75
CAPÍTULO 9
DEL LIBRE ALBEDRÍO
1. Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural y de poder para actuar por elección propia, que no es forzada ni determinada a hacer bien o mal por ninguna necesidad de la naturaleza.1
1 Mt. 17:12; Stg. 1:14; Dt. 30:19
2. El hombre, en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y hacer lo que era bueno y agradable a Dios,1 pero era mudable y podía caer de dicho estado.2
1. Ec. 7:29 2 Gn. 3:6
3. El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente toda capacidad para querer cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación; por consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y muerto en el pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para ello.1
1. Ro. 6:16, 20; Jn. 8:31–34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3, 4; Jn. 3:3; Ro. 7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17, 18; 12:33–37; Lc. 6:43–45; Jn. 6:44; Jer. 13:23; Jn. 3:3, 5; 5:40; 6:37, 39, 40, 44, 45, 65; Hch. 7:51; Ro. 3:10–12; Stg. 1:18; Ro. 9:16–18; Jn. 1:12, 13; Hch. 11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8, 9
4. Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, lo libra de su servidumbre natural bajo el pecado y, por su sola gracia, lo capacita para querer y obrar libremente lo que es espiritualmente bueno;1 sin embargo, por razón de la corrupción que todavía le queda, no quiere, ni perfecta ni únicamente, lo que es bueno, sino que también quiere lo que es malo.2
1. Col. 1:13; Jn. 8:36; Fil. 2:13
2. Ro. 7:14–25; Gá. 5:17
5. Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre solo para el bien, únicamente en el estado de gloria.1
1. Ef. 4:13; He. 12:23
CAPÍTULO 10
DEL LLAMAMIENTO EFICAZ
1. A aquellos a quienes Dios1 ha predestinado para vida,2 tiene a bien en su tiempo señalado y aceptado,3 llamar eficazmente4 por su Palabra5 y Espíritu,6 así sacándolos del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza y llevándolos a la gracia y la salvación por Jesucristo;7 iluminando de modo espiritual y salvador sus mentes, a fin de que comprendan las cosas de Dios;8 quitándoles el corazón de piedra y dándoles un corazón de carne,9 renovando sus voluntades y, por su poder omnipotente, induciéndoles a lo que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo;10 pero de modo que van con total libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la disposición para hacerlo.11
1. Ro. 8:28, 29
2. Ro. 8:29, 30; 9:22–24; 1 Co. 1:26–28; 2 Ts. 2:13, 14; 2 Ti. 1:9
3. Jn. 3:8; Ef. 1:11
4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23, 24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal. 29; Jn. 5:25; Ro. 4:17
5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23–25; Stg. 1:17–25; 1 Jn. 5:1–5; Ro. 1:16, 17; 10:14; He. 4:12
6. Jn. 3:3, 5, 6, 8; 2 Co. 3:3, 6
7. Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef. 2:1–6; 2 Ti. 1:9, 10
8. Hch. 26:18; 1 Co. 2:10, 12; Ef. 1:17, 18
9. Ez. 36:26
10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44, 45; Ef. 1:19; Fil. 2:13
11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16–18
2. Este llamamiento eficaz proviene solamente de la gracia libre y especial de Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre, ni por ningún poder o instrumentalidad en la criatura,1 siendo el hombre en esto enteramente pasivo, al estar muerto en delitos y pecados, hasta que es vivificado y renovado por el Espíritu Santo;2 es capacitado de este modo para responder a este llamamiento y para recibir la gracia ofrecida y transmitida en él, y esto por un poder no menor que el que resucitó a Cristo de los muertos.3
1. 2 Ti. 1:9; Tit. 3:4, 5; Ef. 2:4, 5, 8, 9; Ro. 9:11
2. 1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef. 2:5
3. Ef. 1:19, 20; Jn. 6:37; Ez. 36:27; Jn. 5:25
3. Los niños elegidos que mueren en la infancia son regenerados y salvados por Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuando, donde y como quiere;1 así lo son también todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas externamente por el ministerio de la Palabra.
1. Jn. 3:8
4. Otras personas no elegidas, aunque sean llamadas por el ministerio de la Palabra y tengan algunas de las operaciones comunes del Espíritu,1 como no son eficazmente traídas por el Padre, no quieren ni pueden venir verdaderamente a Cristo y, por lo tanto, no pueden ser salvas;2 mucho menos pueden ser salvos los que no reciben la religión cristiana, por muy diligentes que sean en ajustar sus vidas a la luz de la naturaleza y a la ley de la religión que profesen.3
1 Mt. 22:14; Mt. 13:20, 21; He. 6:4, 5; Mt. 7:22
2. Jn. 6:44, 45, 64–66; 8:24
3 Hch. 4:12; Jn. 4:22; 17:3
CAPÍTULO 11
DE LA JUSTIFICACIÓN
1. A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente,1 no infundiendo justicia en ellos sino perdonándoles sus pecados, y contando y aceptando sus personas como justas;2 no por nada obrado en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo;3 no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios.4
1. Ro. 3:24; 8:30
2. Ro. 4:5–8; Ef. 1:7
3. 1 Co. 1:30, 31; Ro. 5:17–19
4. Fil. 3:9; Ef. 2:7, 8; 2 Co. 5:19–21; Tit. 3:5, 7; Ro. 3:22–28; Jer. 23:6; Hch. 13:38, 39
2. La fe que así recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia es el único instrumento de la justificación;1 sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino que siempre va acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe muerta sino que obra por el amor.2
1. Ro. 1:17; 3:27–31; Fil. 3:9; Gá. 3:5
2. Gá. 5:6; Stg. 2:17, 22, 26
3. Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos que son justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la sangre de su cruz, sufriendo en el lugar de ellos el castigo que merecían, hizo una satisfacción adecuada, real y completa a la justicia de Dios en favor de ellos;1 sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para ellos,2 y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de ellos,3 y ambas gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es solamente de pura gracia,4 a fin de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de Dios fueran glorificadas en la justificación de los pecadores.5
1. Ro. 5:8–10, 19; 1 Ti. 2:5, 6; He. 10:10, 14; Is. 53:4–6, 10–12
2. Ro. 8:32
3. 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2
4. Ro. 3:24; Ef. 1:7
5. Ro. 3:26; Ef. 2:7
4. Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los elegidos;1 y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos, y resucitó para su justificación;2 sin embargo, no son justificados personalmente hasta que, a su debido tiempo, Cristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo.3
1. 1 P. 1:2, 19, 20; Gá. 3:8; Ro. 8:30
2. Ro. 4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6
3. Col. 1:21, 22; Tit. 3:4–7; Gá. 2:16; Ef. 2:1–3
5. Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados,1 y aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación,2 sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y, en esa condición, no suelen tener la luz de su rostro restaurada sobre ellos, hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento.3
1. Mt. 6:12; 1 Jn. 1:7–2:2; Jn. 13:3–11
2. Lc. 22:32; Jn. 10:28; He. 10:14
3. Sal. 32:5; 51:7–12; Mt. 26:75; Lc. 1:20
6. La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos estos sentidos, una y la misma que la justificación de los creyentes bajo el Nuevo Testamento.1
1. Gá. 3:9; Ro. 4:22–24
CAPÍTULO 12
DE LA ADOPCIÓN
1. A todos aquellos que son justificados,1 Dios se dignó,2 en su único Hijo Jesucristo y por amor de éste,3 hacerles partícipes de la gracia de la adopción, por la cual son incluidos en el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios, tienen su nombre escrito sobre ellos,4 reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la gracia con confianza, se les capacita para clamar: “Abba, Padre,”5 se les compadece, protege, provee y corrige como por un Padre, pero nunca se les desecha, sino que son sellados para el día de la redención,6 y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna.7
1 .Gá. 3:24–26
2. 1 Jn. 3:1–3
3. Ef. 1:5; Gá. 4:4, 5; Ro. 8:17, 29
4. Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12
5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18
6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30, 32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8, 9; Lm. 3:31; Ef. 4:30 7 Ro. 8:17; He. 1:14; 9:15
CAPÍTULO 13
DE LA SANTIFICACIÓN
1. Aquellos que son unidos a Cristo, llamados eficazmente y regenerados, teniendo un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creados en ellos en virtud de la muerte y la resurrección de Cristo,1 son aún más santificados de un modo real y personal,2 mediante la misma virtud,3 por su Palabra y Espíritu que moran en ellos;4 el dominio del cuerpo entero del pecado es destruido, y las diversas concupiscencias del mismo son debilitadas y mortificadas más y más, y ellos son más y más vivificados y fortalecidos en todas las virtudes salvadoras, para la práctica de toda verdadera santidad,5 sin la cual nadie verá al Señor.6
1. Jn. 3:3–8; 1 Jn. 2:29; 3:9, 10; Ro. 1:7; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1 Co. 1:2; 6:11; Ro. 6:1–11
2. 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19, 22
3. 1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5, 6
4. Jn. 17:17; Ef. 5:26; 3:16–19; Ro. 8:13
5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16–19; 2 Co. 7:1; Ro. 6:13; Ef. 4:22–25; Gá. 5:17 6 He. 12:14
2. Esta santificación se efectúa en todo el hombre, aunque es incompleta en esta vida; todavía quedan algunos remanentes de corrupción en todas partes,1 de donde surge una continua e irreconciliable guerra:2 la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne.3
1. 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8, 10; Ro. 7:18, 23; Fil. 3:12
2. 1 Co. 9:24–27; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2 Ti. 4:7
3. Gá. 5:17; 1 P. 2:11
3. En dicha guerra, aunque la corrupción que aún queda prevalezca mucho por algún tiempo,1 la parte regenerada triunfa a través de la continua provisión de fuerzas por parte del Espíritu santificador de Cristo;2 y así los santos crecen en la gracia, perfeccionando la santidad en el temor de Dios, prosiguiendo una vida celestial, en obediencia evangélica a todos los mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha prescrito en su Palabra.3
1. Ro. 7:23
2. Ro. 6:14; 1 Jn. 5:4; Ef. 4:15, 16
3. 2 P. 3:18; 2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20