Catecismo de la Iglesia de Ginebra
I: DE FE
II: DE LEY, ESOS SON LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE DIOS
III: DE ORACIÓN
IV: DE LA PALABRA DE DIOS
V: DE LOS SACREMENTOS
I: DE FE
1.Maestro: ¿Cuál es el principal fin de la vida humana?
Discípulo: Que los hombres conozcan a Dios su Creador.
2. Maestro: ¿Por qué razón llamáis esto el principal fin?
Discípulo: Porque Dios nos creó y nos puso en este mundo para ser glorificado en nosotros. Y es cosa justa que toda nuestra vida se consagre a su gloria.
3. Maestro: ¿Cuál es el sumo bien del hombre?
Discípulo: Esto mismo.
4. Maestro: ¿Qué es la causa porque tenéis esto por sumo bien?
Discípulo: Porque sin esto nuestra condición es más miserable que la de los animales brutos.
5. Maestro: Luego de ahí vemos claramente que ninguna cosa de mayor desventura, puede acontecer al hombre, que no vivir conforme a la voluntad de Dios.
Discípulo: Así es verdad.
6. Maestro: ¿Cuál es, pues, el verdadero y recto conocimiento de Dios?
Discípulo: Cuando es conocido, para darle su propia y debida honra.
7. Maestro: ¿Y cuál es la propia y acertada manera de honrarlo?
Discípulo: Que pongamos en él toda nuestra confianza; que siempre le sirvamos obedeciendo a su voluntad; que lo invoquemos en todas nuestras necesidades, buscando en él la salvación y todos los bienes que se pueden desear; reconocerlo tanto con el corazón como con los labios, el único Autor de todas las bendiciones..
8. Maestro: Pues para que estas cosas se traten por orden, y se declaren más largamente, ¿cuál es la primera y principal de ellas?
Discípulo: Es poner en Dios toda nuestra confianza.
9. Maestro: ¿Cómo se hará esto?
Discípulo: Conociéndole por todopoderoso y perfectamente bueno.
10.Maestro: ¿Basta esto?
Discípulo: Nada de eso.
11. Maestro: ¿Por qué?
Discípulo: Porque no somos dignos que muestre su potencia en ayudarnos, ni que use de su bondad en darnos la salvación.
12. Maestro: ¿Pues qué más es necesario?
Discípulo: Que cada uno de nosotros debe recordar que Dios lo ama y que está dispuesto a ser un Padre y el autor de la salvación para él.
13. Maestro: ¿Y cómo sabremos esto?
Discípulo: Por su palabra, donde nos declara su misericordia en Jesucristo, y nos asegura del amor que nos tiene.
14. Maestro: Luego el fundamento y principio para poner en Dios toda nuestra confianza, es conocerle en Jesucristo (Juan 17:3).
Discípulo: Completamente así.
15. Maestro: Quiero ahora que me digáis brevemente, ¿cuál es la suma de este conocimiento?
Discípulo: Está contenido en la Confesión de Fe, o más bien en la Fórmula de Confesión, que todos los cristianos tienen en común. Es comúnmente llamado los apóstoles? Credo, porque desde el principio de la Iglesia se recibió entre los piadosos y porque cayó de los labios de los Apóstoles o se recogió fielmente de sus escritos.
16. Maestro: Recitadlo
Discípulo: Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro; que fue concebido por el Espíritu Santo; nació de María virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto, y sepultado; descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo; y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso; de donde vendrá a juzgar los vivos y los muertos. Creo en el Espíritu Santo; la santa Iglesia universal; la comunión de los santos; la remisión de los pecados; la resurrección de la carne; la vida eterna. Amén.
17. Maestro: Para que mejor se entienda esta confesión, ¿en cuántas partes la dividiremos?
Discípulo: En cuatro partes.
18. Maestro: Decid cuáles son.
Discípulo: La primera será de Dios Padre. La segunda,
de su Hijo Jesucristo, en la cual se trata toda la historia de nuestra redención. La tercera, del Espíritu Santo. Y la cuarta, de la Iglesia, y de los beneficios y mercedes que Dios le ha dado.
19. Maestro: No habiendo más de un Dios, ¿cómo hacéis mención aquí del Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, que son tres?
Discípulo: Porque en una sola esencia divina debemos considerar al Padre como principio y origen, o primera causa de todas las cosas; después al Hijo, el cual es su eterna sabiduría; finalmente al Espíritu Santo, que es su virtud y potencia, la cual está difundida sobre todas las criaturas, y que con esto reside en él perpetuamente.
20. Maestro: Por esto declaráis que no es inconveniente que en una misma divinidad constituimos estas tres personas distintas, y que no por esto es Dios dividido.
Discípulo: Es así.
21. Maestro: Recitad, pues, la primera parte.
Discípulo: Creo en Dios Padre todopoderoso; Creador
del cielo y de la tierra.
22. Maestro: ¿Por qué le llamaís Padre?
Discípulo: Por respeto de Jesucristo primeramente, el
cual es su sabiduría [Palabra] eterna, engendrada de él antes de los siglos. Después, siendo enviado al mundo, fue declarado por su Hijo. Colígese también de aquí que pues Dios es Padre de Jesucristo, lo es también nuestro.
23. Maestro: ¿Cómo entendéis que es Todopoderoso? Discípulo: No entiendo que tiene potencia que no ejercite, más que tiene todas las criaturas debajo de su mano y potestad; que gobierna con su providencia el mundo, y dispone todas las cosas por su arbitrio, y manda y guía todas
las criaturas, como le parece.
24. Maestro: De manera que según lo que decís, la potencia de Dios no está ociosa, mas tal la creéis, que tiene siempre la mano en la obra; de tal manera que ninguna cosa se hace, que no sea por ella, o con su licencia y ordenación.
Discípulo: Es así.
25. Maestro: ¿Por qué añadís: Creador del cielo y de la tierra?
Discípulo: Porque se nos manifestó por sus obras, y por ellas lo debemos buscar (Salmo 104; Rom. 1:20). Porque no es capaz nuestro entendimiento de comprender su esencia. Pero el mundo nos es como un espejo, donde lo podemos contemplar según que nos conviene conocerlo.
26. Maestro: ¿No entendéis también por el cielo y por la tierra, todas las demás criaturas?
Discípulo: Sí entiendo. Pero todas ellas se comprenden
en estas dos palabras, porque todas las cosas creadas o son celestiales o terrenas.
27. Maestro: ¿Por qué llamáis a Dios Creador sola mente, pues sustentar y conservar en su estado las cosas, es mucho más que haberlas creado una vez?
Discípulo: Por esta palabra no se significa solamente que Dios haya hecho una vez sus obras, para no tener después cuidado de ellas. Pero debemos entender que así como fue creado el mundo por él al principio, así ahora es por él conservado de tal manera que el cielo y la tierra, y todas las otras criaturas no permanecen en su ser sino por su virtud y potencia. Demás de esto, pues él tiene así todas las cosas en su mano, sigúese que es el supremo Señor y Gobernador de todas ellas. Así que por ser Creador del cielo y de la tierra, es necesario entender que él solo es el que con su sabiduría, bondad y potencia rige todo el curso y orden de naturaleza: que él envía las lluvias y la sequedad, los granizos, las tempestades, y el buen tiempo, la fertilidad y esterilidad, la sanidad y enfermedades. Finalmente, que a su mandato están todas las cosassúbditas para servirse de ellas según su voluntad.
28. Maestro: De los impíos y de los demonios, ¿qué hemos de entender? ¿Sonle también súbditos?
Discípulo: Aunque no los gobierna por su Espíritu Santo, tiénelos empero forzados con su poder como con freno, para que no puedan moverse sino en cuanto él les permite. Y también los hace ejecutores de su voluntad, para que hagan lo que él quiere, aunque sea contra su intención y deseo de ellos.
29. Maestro: ¿Qué provecho os viene de conocer esto? Discípulo: Muy grande. Porque fuera para nosotros cosa miserable, si los demonios o los malos hombres pudieran algo contra la voluntad de Dios. Y no pudiéramos jamás tener quietud en nuestras conciencias, por estar a peligro de lo que nos quisieran hacer; mas porque sabemos que están enfrenados estrechamente por la voluntad de Dios, de tal manera que ninguna cosa pueden sino con su licencia, nos gozamos y estamos seguros; visto que promete Dios de ser nuestro tutor y defensor de nuestra salud.
30. Maestro: Vengamos ahora a la segunda parte.
Discípulo: Es que creemos en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro.
31. Maestro: ¿Qué es en suma lo que comprende? Discípulo: Es que conocemos al Hijo de Dios por nuestro Salvador; y declárase juntamente la manera cómo nos redimió de la muerte, y nos ganó la vida.
32. Maestro: ¿Qué significa el nombre Jesús, por el cual le nombráis?
Discípulo: Significa Salvador, y fuéle puesto del ángel, por mandamiento de Dios (Mat. 1:21).
33. Maestro: ¿Importa eso más que si los hombres se lo pusieran?
Discípulo: Sí, cierto. Porque pues quiso Dios que así se llamase, necesario es que sea tal a la verdad.
34. Maestro: El nombre Cristo, ¿qué es lo que significa? Discípulo: Por este sobrenombre se declara mucho mejor su oficio, que es: que fue ungido del Padre celestial por
Rey, Sacerdote, y Profeta.
35. Maestro: ¿Cómo sabéis vos esto?
Discípulo: Porque la Escritura apropia la unción a estas tres cosas. Y asimismo se las atribuye muchas veces a Cristo.
36. Maestro: ¿Con qué suerte de aceite fue ungido Cristo?
Discípulo: No fue ungido con aceite visible, como lo eran antiguamente los reyes, sacerdotes, y profetas; sino con otro más excelente, que son las gracias del Espíritu Santo, las cuales son significadas por aquella unción exterior (Isa. 61:1; Salmo 45:8).
37. Maestro: ¿Qué reino es del que vos habláis?
Discípulo: Es espiritual, y consiste en la Palabra y en el Espíritu de Dios, que traen consigo justicia y vida.
38. Maestro: Y el sacerdocio, ¿qué cosa es?
Discípulo: Es oficio y autoridad de presentarse delante de Dios, para alcanzar gracia y favor, aplacar su ira, ofreciéndole sacrificio que le sea agradable.
39. Maestro: ¿Por qué llamáis a Jesucristo Profeta? Discípulo: Porque descendiendo al mundo (Isa. 7: 14) fue embajador e intérprete de la voluntad del Padre, para declararla cumplidamente a los hombres, y así poner fin a todas las revoluciones y profecías (Heb 1:2).
40. Maestra: ¿Y sacáis de esto algún fruto?
Discípulo: Todas estas cosas tienen respecto a nuestro bien y utilidad. Porque todos estos bienes dio el Padre a Jesucristo, para que nos los comunicase, y que todos recibiésemos de su plenitud (Juan 1:16).
41. Maestro: Declaradme esto más ¡largamente.
Discípulo: Recibió Cristo el Espíritu Santo con todos sus dones perfectísimamente, para hacernos partícipes de ellos, distribuyendo a cada uno según la medida que Dios sabe que le conviene (Efes. 4:7). Y así sacamos ¡de él como de fuente todos los bienes espirituales que tenemos.
42. Maestro: ¿Qué provecho nos trae su Reino?
Discípulo: Que puestos por él en libertad de conciencia, y enriquecidos de sus espirituales riquezas, para vivir en justicia y santidad, somos juntamente armados de potencia para vencer al demonio, al pecado, a la carne, y al mundo, perpetuos enemigos de nuestras almas.
43. Maestro: Y el sacerdocio, ¿de qué nos sirve?
Discípulo: Lo primero, que por esta razón es nuestro Mediador para reconciliarnos con el eterno Padre. Lo segundo, que por medio suyo tenemos entrada para presentarnos delante de Dios y ofrecernos en sacrificio con todo lo que de nosotros procede. Y en esto nos hace en cierta manera compañeros suyos en el sacerdocio (Heb. 7; 8; 9; 10; 13).
44. Maestro: ¿Qué da la profecía?
Discípulo: El fin para que es dado al Señor Jesús este oficio de ser Maestro y enseñador [Doctor] de los suyos, es para introducirnos en el verdadero conocimiento del Padre, y enseñarnos su verdad; de tal manera que seamos domésticos discípulos de Dios.
45. Maestro: ¿Queréis vos luego concluir de todo lo dicho, que el título de Cristo comprende tres oficios, que dio el eterno Padre a su Hijo, para comunicar la virtud y el fruto de ellos a sus fieles?
Discípulo: Es así.
46. Maestro: ¿Por qué le llamáis Hijo único de Dios, pues Dios nos llama a todos sus hijos?
Discípulo: Ser nosotros hijos de Dios no es por naturaleza, sino solamente por gracia y adopción, en cuanto Dios nos tiene por tales (Efes. 1:5). Mas el Señor Jesús, que es engendrado de la substancia del Padre, y es de una misma esencia con él, con mucha razón es llamado único Hijo de Dios (Juan 1:14; Heb. 1:2), porque él solo es por naturaleza,
47. Maestro: Luego entendéis vos que esta dignidad es suya propia y le pertenece naturalmente, pero que a nosotros nos es comunicada por gracia, en cuanto somos sus miembros.
Discípulo: Es así. Y por esta causa en respecto de esta comunicación, es algunas veces llamado Primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29; Col. 1:15).
48. Maestro: ¿Cómo entendéis que es Señor nuestro? Discípulo: Que fue constituido del Padre, para que nos tenga debajo de su imperio, y administre el Reino y señorío de Dios en el cielo y en la tierra, y para ser cabeza de los ángeles y de los fieles (Efes. 5:23; Col. 1:18).
49. Maestro: ¿Qué quiere decir lo que luego se sigue? Discípulo: Declárase la manera cómo fue el Hijo de Dios ungido del Padre para sernos Salvador, es a saber, que tomada nuestra carne, concluyó todas las cosas necesarias para nuestra redención, como aquí se cuenta.
50. Maestro: ¿Qué queréis decir con estas sentencias, que fue concebido por Espíritu Santo, y nació de María virgen?
Discípulo: Que fue formado en el vientre de la virgen María, de su propia substancia, para que fuese verdadera simiente de David, como estaba antes dicho por los profetas (Salmo 132:11); empero que esto fue hecho por admirable operación del Espíritu Santo, sin ayuntamiento de varón (Mat. 1:1, 16; Luc. 1:35).
51. Maestro: ¿Fue pues necesario que se vistiese nuestra propia carne?
Discípulo: Sí, porque convenía que la desobediencia del hombre cometida contra Dios fuese reparada en la naturaleza
humana (Rom. 5:15). Ni tampoco podía ser de otra manera nuestro Mediador, para reconciliamos con Dios su Padre (1Tim. 2:5; Heb. 4:15).
52. Maestro: Decís pues, haber sido necesario que Jesucristo fuese hombre, para cumplir como en nuestra propia persona el oficio de Salvador.
Discípulo: Así lo siento. Porque nos es necesario que de él recibamos todo lo que en nosotros falta, lo cual de otra manera no se puede cumplir, si no es por tal medio.
53. Maestro: ¿Por qué, pues, se hizo esto por el Espíritu Santo, y no por la común y acostumbrada forma de generación?
Discípulo: Porque siendo como es de suyo corrompida la simiente humana, convino que en esta concepción interviniese la virtud del Espíritu Santo, para preservar al Señor de toda corrupción, y henchirlo de toda santidad y limpieza.
54. Maestro: De ahí luego se nos demuestra que el que a otros ha de santificar, es ajeno de toda mácula, y desde el vientre de la madre consagrado a Dios en ¡limpieza original para no estar sujeto a la corrupción universal del género humano.
Discípulo: Así lo entiendo.
55. Maestro: ¿Por qué del nacimiento pasáis luego a la muerte, dejada toda la historia de su vida?
Discípulo: Porque aquí se tratan todas las cosas que son propiamente de la substancia de nuestra redención.
56. Maestro: ¿Por qué no se dice aquí simplemente en una palabra: que fue muerto, sino que también se habla del presidente Poncio Pilato, bajo el cual padeció?
Discípulo: Esto no es solamente para certificarnos de la verdad de la historia, sino para significar también que su muerte importa condenación.
57. Maestro: Declarad más qué quiere decir esto.
Discípulo: Murió para pagar la pena que nos era debida, y por este medio librarnos de ella. Siendo, pues, todos nosotros culpados delante el juicio de Dios, como malhechores, para representar nuestra persona quiso Cristo ser presentado delante de un juez terreno, y ser condenado por su boca, para absolvernos delante del tribunal de Dios.
58. Maestro: Con todo esto Pilato lo declara por inocente, y así no lo condena como si fuera digno de condenación (Mat. 27:24; Luc. 23:14).
Discípulo: Necesario es considerar lo uno y lo otro. Dio el juez testimonio de su inocencia, para mostrar que no padecía por sus culpas, sino por las nuestras, y con todo esto es condenado solemnemente, por sentencia del mismo, para denotar que es verdaderamente nuestro fiador, tomando sobre sí nuestra condenación para librarnos de ella.
59. Maestro: Bien dicho está. Porque si fuera pecador, no fuera capaz de sufrir la muerte por los otros; mas para que su condenación fuese nuestra absolución, convino que fuese contado entre los malhechores (Isa.53:12).
Discípulo: Así lo entiendo yo.
60. Maestro: ¿Importa más haber sido crucificado que si muriera de otro cualquier género de muerte?
Discípulo: Sí, como el apóstol San Pablo lo muestra, diciendo que fue crucificado en el madero para tomar sobre sí nuestra maldición, a fin de librarnos de ella (Gál. 3:13). Porque era maldito de Dios aquel género de muerte (Deut. 21:23).
61. Maestro: ¿Cómo? ¿no es deshonrar al Señor Jesús, decir que fue súbdito a maldición, aun delante de Dios?
Discípulo: No; porque recibiéndola en sí, la deshizo en su virtud, de tal manera que no dejó de ser siempre bendito, para henchirnos de su bendición.
62. Maestro: Adelante; declarad lo que se sigue.
Discípulo: Siendo la muerte una maldición sobre el hombre por causa del pecado, padecióla Jesucristo, y padeciéndola, la venció. Y para mostrar que fue verdadera muerte la suya, quiso ser puesto en sepulcro, como los otros
hombres.
63. Maestro: No parece que nos venga a nosotros algún provecho de esta victoria, pues no por esto dejamos de morir.
Discípulo: No estorba esto nada; porque la muerte de los fieles no es ahora otra cosa que un paso para ser metidos en otra mejor vida.
64. Maestro: De ahí se sigue que no debemos temer más la muerte, como cosa espantable, sino antes seguir la voluntad de nuestra cabeza y capitán Jesucristo, que nos precede en ella, no para dejarnos perecer sino para salvarnos.
Discípulo: Así es verdad.
65. Maestro: ¿Cómo se entiende lo que luego sigue de su descenso a los infiernos?
Discípulo: Que no solamente sufrió la muerte natural, que es un apartamiento del alma y del cuerpo, mas también que su alma fue metida en unas angustias horribles, que es lo que San Pedro llama dolores de muerte (Hech. 2:24).
66. Maestro: Decidme la causa y la manera cómo es esto.
Discípulo: Porque él se presentaba a Dios para satisfacer por los pecadores, convenía que en su conciencia [sintiera] tan horrible angustia, como si fuera desamparado de
Dios, y aun como si estuviera Dios airado contra él. Estando en este abismo, clamó diciendo, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mat. 27:46; Mar. 15:34).
67. Maestro: ¿Estaba, pues, Dios airado contra él? Discípulo: No; empero fue necesario que ejecutase en él su rigor, para verificar lo que estaba antes dicho por Isaías: Que fue herido con la mano de Dios por nuestros pecados; y que llevó a cuestas nuestras maldades (Isa. 53:5; 1 Ped. 2:24).
68. Maestro: Siendo Dios, ¿cómo pudo caer en él tal temor, como si fuera desamparado de Dios?
Discípulo: Hemos de entender que por el efecto de la naturaleza humana que había tomado, llegó a tan extrema necesidad; y para que ello se efectuase, estuvo su divinidad un poco de tiempo escondida, quiere decir que no mostraba su virtud.
69. Maestro: ¿Cómo pudo ser que siendo Jesucristo la salud del mundo, haya estado en tal condenación?
Discípulo: No la tomó para quedarse en ella. Porque siendo de tal manera este horror sobredicho, que no fue de él oprimido; antes batallando con el poder de los infiernos, le quebrantó y destruyó.
70. Maestro: Colegimos de aquí la diferencia que hay entre el tormento de conciencia que él sufrió, y aquel que sienten los pecadores que castiga Dios en su ira. Porque lo que en él fue temporal, es en ellos perpetuo; y lo que a él fue solamente como un aguijón para ser pinchado, es a ellos un cuchillo con que son heridos mortalmente.
Discípulo: Es así, porque Jesucristo no dejó siempre de esperar en Dios en medio de tales angustias; mas los pecadores que condena Dios, desesperan y embravécense contra él, hasta blasfemarlo manifiestamente.
71. Maestro: ¿Podremos sacar de aquí qué fruto recibimos de la muerte de Jesucristo?
Discípulo: Muy bien. Primeramente, vemos qué es sacrificio, con el cual satisfizo por nosotros al juicio de Dios, y así aplacada su ira para con nosotros nos reconcilió con él. Lo segundo, que su sangre es el lavatorio con que nuestras almas son purificadas de todas manchas. Finalmente, que por esta muerte, está raída la memoria de nuestros pecados, para que jamás parezcan en la presencia de Dios; y así fue cancelada y borrada la obligación que era contra nosotros.
72. Maestro: ¿No nos viene más provecho que éste?
Discípulo: Sí, viene. Y es que si somos verdaderos miembros de Cristo, por la virtud de este su beneficio, es crucificado nuestro viejo hombre; nuestra carne es mortificada, para que sus malas concupiscencias no reinen ya más en nosotros.
73. Maestro: Declarad el artículo que se sigue.
Discípulo: Es que al tercer día resucitó de entre los muertos. En lo cual se mostró vencedor del pecado y de la muerte. Porque por su resurrección tragó a la muerte, rompió las ataduras del demonio, y destruyó todo su poder (1 Ped. 3:21).
74. Maestro: ¿Cuántos frutos nos vienen de esta resurrección?
Discípulo: Tres. El primero, que por ella nos es ganada cumplida justicia (Rom. 4:24). El segundo, que nos es dada por cierta prenda que resucitaremos una vez en gloriosa inmortalidad (1 Cor. 15:20-23). El tercero, que si verdaderamente somos partícipes de ella, ya desde ahora estamos resucitados en novedad de vida, para servir a Dios y vivir santamente conforme a su voluntad (Rom. 6:4).
75. Maestro: Prosigamos adelante.
Discípulo: Subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.
76. Maestro: ¿Subió de tal manera que no esté ya más en la tierra?
Discípulo: Sí; porque después de haber concluído todo lo que fue mandado del Padre, y necesario a nuestra salud, no era necesario que conversase más en el mundo.
77. Maestro: ¿Qué bien nos viene a nosotros de esta ascensión?
Discípulo: Dos frutos tenemos aquí. El primero, que por haber entrado en el cielo Jesucristo en nuestro nombre, así como descendió por nosotros en la tierra, nos dio entrada en él, y nos ha asegurado que nos está ya la puerta abierta, la cual nos estaba antes cerrada por el pecado (Rom. 6:8-11). El segundo, que se presenta delante del Padre, por nuestro intercesor y abogado (Heb. 7:25).
78. Maestro: Veamos, subiendo Jesucristo al cielo, ¿apartóse de tal manera del mundo que no esté ya más con nosotros?
Discípulo: No, en ninguna manera. Porque nos tiene dicho lo contrario, y es, estará con nosotros hasta el fin del mundo (Mat. 28:20).
79. Maestro: ¿Entiéndese de la presencia corporal, cuando decimos que está con nosotros?
Discípulo: No, porque una cuenta se ha de hacer del cuerpo, que fue recibido en el cielo (Luc. 24:51), y otra de su virtud, que está extendida en todo lugar (Hech. 1:23).
80. Maestro: ¿Cómo entendéis que está sentado a la diestra del Padre?
Discípulo: Estas palabras significan, haberle dado el Padre el imperio y señorío del cielo y de la tierra, para que lo rija y gobierne todo (Mat. 28:18).
81. Maestro: ¿Qué entendéis por la diestra y por estar sentado?
Discípulo: Es semejanza tomada de los príncipes terrenos, los cuales hacen sentar a su mano derecha a aquellos a quien dan sus veces para gobernar en su nombre.
82. Maestro: ¿De manera que no entendéis otra cosa de lo que dice San Pablo, que es haber sido Cristo constituido cabeza de la Iglesia (Efes. 1:22 y 4:15), y ensalzado sobre todo principado, y haber recibido' nombre sobre todo nombre (Fil. 2:9)?
Discípulo: Es así.
83. Maestro: Pasemos adelante.
Discípulo: De allí vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. El sentido de estas palabras es que ha de venir del cielo manifiestamente a juzgar al mundo, así como fue visto subir (Hech. 1:11).
84. Maestro: Pues que ha de ser el juicio al fin del siglo, ¿cómo decís que entonces habrá unos hombres que estén vivos, y otros que serán muertos?, pues está ya ordenado a todos de morir una vez (Heb. 9:27,28).
Discípulo: San Pablo responde a esto, diciendo, que los que entonces fueren vivos, serán súbitamente mudados, para que sea destruida su corrupción, y renovados sus cuerpos para ser incorruptibles (1 Cor. 15: 52; 1 Tes. 4:17).
85. Maestro: ¿Por manera que vos entendéis que esta mutación les ha de ser como una muerte, porque ella destruirá su primera naturaleza, para hacerlos resucitar en otro estado?
Discípulo: Así es verdad.
86. Maestro: ¿Tenemos alguna consolación de saber que Jesucristo una vez ha de venir a juzgar al mundo?
Discípulo: Sí tenemos, y muy singular. Porque sabemos de cierto «que no ha de venir sino para nuestra salud.
87. Maestro: ¿No debemos, pues, temer el juicio final, de tal manera que lo tengamos en horror?
Discípulo: No, sin duda; pues es así que no hemos de venir delante otro juez, que el mismo que nuestro Abogado, y ha tomado nuestra causa a su cargo, para defenderla.
88. Maestro: Vengamos ahora a la tercera parte.
Discípulo: Esta es, de la fe en el Espíritu Santo.
89. Maestro: ¿Qué provecho nos viene de ello?
Discípulo: Que conozcamos que como Dios nos redimió y salvó por Jesucristo, así por el Espíritu Santo nos hace partícipes de esta redención y salud.
90. Maestro: ¿De qué manera?
Discípulo: Gomo la sangre de Jesucristo es nuestro lavatorio, así es necesario que el Espíritu Santo rocíe con ella nuestras conciencias, para ser lavadas y limpias (1 Ped. 1:19).
91. Maestro: Aún tiene esto necesidad de mayor declaración.
Discípulo: Quiere decir, que morando en nuestros corazones el Espíritu Santo, nos hace sentir la virtud de Jesucristo (Rom. 5:5). Porque él nos alumbra, para darnos a conocer sus gracias; las imprime y sella en nuestras almas, y les hace lugar en nosotros (Efes. 1:13). El nos regenera, y hace nuevas criaturas (Tito 3:5), de tal manera que por él recibimos todos los bienes y dones que nos son dados en Jesucristo.
92. Maestro: Vamos adelante en lo que sigue.
Discípulo: Sígnese la cuarta parte en la que confesamos
creer una santa Iglesia universal.
93. Maestro; ¿Qué cosa es Iglesia [universal]?
Discípulo: Es un cuerpo y compañía de fieles, a los cuales Dios ha ordenado y elegido para la vida eterna.
94. Maestro: ¿Es necesario creer este artículo?
Discípulo: Sí, si no queremos hacer ociosa la muerte de Jesucristo, y tener en nada todo lo que hasta aquí está dicho. Porque el fruto que de todo procede es la Iglesia.
95. Maestro: De manera que decís que hasta ahora se ha tratado de la causa y fundamento de la salud, declarando que por los méritos e intercesión de Jesucristo fuimos recibidos en la amistad de Dios, y que por la virtud del Espíritu Santo es confirmada esta gracia en nosotros; pero que al presente se demuestra el efecto y cumplimiento de todo esto, para dar de ello mayor certinidad.
Discípulo: Es así.
96. Maestro: ¿En qué sentido llamáis santa a la Iglesia? Discípulo: Porque a todos los que Dios eligió, los hace justos y los ¡reforma para santidad e inocencia de vida, para que en ellos resplandezca su gloria (Rom. 8:30). Y así habiendo Jesucristo rescatadlo su Iglesia, la santificó, para que fuese gloriosa y limpia de toda mancha (Efes. 5:25-27).
97. Maestro: ¿Qué quiere decir este nombre de católica, o universal?
Discípulo: Por él somos enseñados que como es una la Cabeza de todos los fieles (Efes. 4:15), así deben estar todos unidos en un cuerpo (1 Cor. 12:12, 27). De tal manera que no hay muchas iglesias, sino sólo una, la cual está esparcida por todo el mundo.
98. Maestro: ¿Qué importa lo que luego se sigue de la comunión de los santos?
Discípulo: Esto fue puesto para mayor declaración de la unidad que hay entre los miembros de la Iglesia. Y también por esto nos es dado a entender que en todos los beneficios que da Dios a su Iglesia, tiene respecto al provecho y salud de cada fiel, porque todos tienen comunión entre sí.
99. Maestro: Y esta santidad que atribuías a la Iglesia, ¿es ya perfecta?
Discípulo: No, entre tanto que en el mundo tiene guerra. Porque siempre tiene imperfecciones, y nunca del todo será purgada de las reliquias de los pecados, hasta que sea cumplidamente juntada con Jesucristo su Cabeza, del cual recibe la santidad.
100. Maestro: ¿Y puédese esta Iglesia conocer de otra manera que siendo creída por fe?
Discípulo: Hay también Iglesia visible de Dios, la cual nos ha dado a conocer por ciertas señales; mas aquí propiamente se trata de la compañía de aquellos que escogió Dios para salvarlos, la cual no se puede cumplidamente ver con los ojos corporales.
101.Maestro: ¿Qué se sigue adelante?
Discípulo: Creo la remisión de los pecados.
102. Maestro: ¿Qué queréis decir con esta palabra remisión?
Discípulo: Que Dios por su graciosa bondad perdona y suelta a sus fieles los pecados, para que no le sean contados en su juicio, ni sean ellos castigados.
103. Maestro: De ahí se sigue que nosotros por nuestras propias satisfacciones no merecemos que Dios nos perdone el pecado.
Discípulo; Así es verdad. Porque sólo Jesucristo, pagando la pena, satisfizo enteramente. De nuestra parte no podemos dar nada, para nuestra satisfacción; pero es necesario que de la pura liberalidad de Dios recibamos el perdón de todos nuestros pecados.
104. Maestro: ¿Por qué juntáis este artículo del perdón de pecados después del de la Iglesia?
Discípulo: Porque ninguno alcanza perdón de pecados, si primero no está incorporado en el pueblo de Dios, y persevera en unidad y comunión con el cuerpo de Cristo; y que así muestra ser verdadero miembro de la iglesia.
105. Maestro: ¿De esta manera se concluye que fuera de la iglesia no hay sino condenación y muerte?
Discípulo: Así es la verdad. Porque todos los que se dividen de la comunión de los fieles, para hacer sectas aparte, no deben esperar salud entre tanto que estén en división y discordia.
106. Maestro: Recitad lo que queda.
Discípulo: Creo la resurrección de la carne y la vida eterna.
107. Maestro: ¿Para qué se pone este artículo en la confesión de la fe?
Discípulo: Para mostrarnos que no está puesta en la tierra nuestra bienaventuranza. Del conocimiento de esto tenemos dos provechos. El primero, que aprendamos a pasar por este mondo como por tierra extraña, menospreciando todas las cosas de la tierra, y a no poner en ellas nuestro corazón. El segundo, que aunque nos esté todavía encubierto el fruto de la gracia que el Señor nos ha hecho en Jesucristo, que no por esto desmayemos, sino que lo esperemos con paciencia hasta el tiempo de la revelación.
108. Maestro: ¿Cuál ha de ser el orden de esta resurrección? Discípulo: Los que antes hubieren muerto, volverán a tomar los mismos cuerpos que tuvieron, pero con otra calidad, es a saber, que no estén ya más sujetos a muerte ni a corrupción, dado que será la misma substancia. Y los que entonces fueren vivos, Dios los resucitará milagrosamente con súbita mutación, como está dicho (1 Cor. 15:52).
109. Maestro: ¿Será común esta resurrección así a los malos como a los buenos?
Discípulo: Todos resucitarán, pero será la condición «diversa. Porque unos resucitarán para salud y bienaventuranza, y otros para muerte y extrema miseria (Juan 5:29; Mat. 25:46).
110. Maestro: Pues ¿por qué se hace aquí mención solamente de la vida eterna, y no también del infierno?
Discípulo: Porque en este sumario no se pone sino lo que sirve propiamente para la consolación de las conciencias fieles; por esto es hecha mención solamente del premio que tiene aparejado el Señor a los suyos. Y así no le dice nada de la suerte de los malos, los cuales son excluidos de su Reino.
111. Maestro: Pues tenemos ya el fundamento sobre qué la fe ha de estribar, fácil cosa será sacar de aquí qué cosa es verdadera fe.
Discípulo: Así es, y por tanto podremos decir que fe es un cierto y firme conocimiento del amor que Dios nos tiene, conforme a cómo él se nos declara en el Evangelio sernos Padre y Salvador por medio de Jesucristo.
112. Maestro: ¿Podemos do nosotros mismos tener esta fe, o recibírnosla de Dios?
Discípulo: La divina Escritura nos enseña que es singular don del Espíritu Santo, y la experiencia también lo muestra.
113. Maestro: ¿Qué experiencia es ésta?
Discípulo: Es nuestro entendimiento muy flaco para comprender la sabiduría espiritual de Dios, que nos es revelada por la fe; y nuestros corazones son tan inclinados a desconfianza, o a perversas confianzas en nosotros, o en criaturas, que [no] pueden de suyo confiarse ni quitarse en Dios; mas el Espíritu Santo nos alumbra para hacernos capaces de entender lo que de otra manera nos sería incomprensible, y nos dispone y fortifica en certidumbre, imprimiendo y sellando en nuestros corazones las promesas de salud.
114. Maestro: ¿Qué bien nos viene de esta fe, después que ya la tenemos?
Discípulo: Hácenos justos delante de Dios, y por esta justicia nos hace herederos de la vida eterna.
115. Maestro: Pues ¿cómo no son justificados los hombres por las buenas obras, viviendo santamente y según Dios?
Discípulo: Si alguno se hallara tan perfecto, bien se pudiera tener por justo; mas siendo como somos todos pecadores, y en muchas maneras culpados delante de Dios, nos es necesario buscar en otra parte la dignidad, por la cual seamos reconciliados con él.1
116. Maestro: ¿Cómo son de tal manera reprobadas todas nuestras obras, que no nos pueden merecer gracia delante de Dios?
Discípulo: Todas las obras que hacemos de nuestra propia naturaleza son viciosas, y por el consiguiente no pueden agradar a Dios, pero él las condena todas.
117. Maestro: ¿De manera que decís que antes que Dios nos reciba en su gracia, y nos reforme con su Espíritu,2 ninguna cosa podemos sino pecar, como el mal árbol no puede sino llevar malos frutos (Mat.7:17)?
Discípulo: Ciertamente es así. Porque dado que nuestras obras sean de hermoso parecer delante de los hombres, son a la verdad malas, siendo perverso el corazón de donde proceden, al cual principalmente mira Dios.
118. Maestro: ¿De ahí sacáis que con ningunos méritos podemos nosotros prevenir a Dios, para moverlo a que nos haga bien, pero al contrario, no hacemos sino provocar su ira y su juicio contra nosotros con todo lo que obramos?
Discípulo: Así es verdad. Y por tanto digo que por su sola misericordia y bondad, sin respeto ninguno de nuestras obras, nos acepta graciosamente y abraza en Jesucristo, dándonos por nuestra su justicia, y no imputándonos nuestros pecados (Tito 3:5-7).
119. Maestro: ¿De manera, pues, decís que somos hechos justos por la fe?
Discípulo: Porque creyendo y recibiendo con verdadera confianza de corazón las promesas del evangelio, entramos en posesión de esta justicia.
120. Maestro: ¿Queréis luego decir que como Dios nos presenta la justicia por el evangelio, así nosotros la recibimos por fe?
Discípulo: Es así.
121. Después que Dios nos ha recibido una vez y aceptado por suyos, las obras que hacemos guiados por su Espíritu, ¿no le son agradables?
Discípulo: Sí, son; mas no por su propia dignidad de ellas, sino en cuanto él las acepta liberalmente.
122. Maestro: ¿Cómo no son dignas de ser aceptadas, pues proceden del Espíritu Santo?
Discípulo: No, porque siempre hay en ellas alguna inmundicia de la enfermedad de nuestra carne, que las hace inmundas.
123. Maestro: ¿Cuál será, pues, el medio para hacer que sean a Dios agradables?
Discípulo: Es la fe con que han de ir hechas. Quiero decir, que la persona que las hace, esté asegurada en su conciencia que Dios no las examinará con rigor, pero las tendrá por perfectas, cubriendo sus imperfecciones y manchas con la limpieza de Jesucristo.
124. Maestro: ¿Concluiremos de ahí que el cristiano es justificado por sus obras, después que Dios lo ha llamado, o que por ellas merece que Dios lo ame, cuyo amor nos es vida eterna?
Discípulo: No. Mas antes al contrario, está escrito que ningún hombre viviente se puede justificar delante de Dios (Salmo 143:2). Y por tanto le debemos rogar que no entre en juicio con nosotros.
125. Maestro: Más no por esto diremos que las buenas obras de los fieles son inútiles]
Discípulo: No, en ninguna manera. Porque no sin causa les promete Dios galardón así en esta vida como en la venidera. Pero esto mana, como de fuente, del gracioso amor de Dios, con que primero nos ama como a hijos,1 y después sepulta todos nuestros pecados, para no tener jamás memoria de ellos.
126. Maestro: Es ahora de ver si podemos creer para ser justificados, sin hacer buenas obras.
Discípulo: Esto es imposible. Porque creer en Jesucristo, es recibirlo tal cual él se nos da. Y él sólo nos promete de librarnos de la muerte, y reconciliarnos con Dios por el mérito de su inocencia, sino también de regenerarnos por su Espíritu Santo, para que vivamos en santidad y justicia.
127. Maestro: De aquí se sigue que no sólo no nos entorpece la fe para hacer buenas obras, mas es la raíz de donde ellas proceden.
Discípulo: Verdaderamente es así; y de aquí viene que toda la doctrina del evangelio se suma en estos dos miembros: fe y penitencia.
128. Maestro: ¿Qué cosa es penitencia?
Discípulo: Es un odio del pecado, y amor de la justicia, nacido del temor divino; y que nos incita a negar a nosotros mismos, mortificando nuestra carne, para ser gobernados y regidos por el Espíritu de Dios, y enderezadas todas nuestras obras a la obediencia de su santa voluntad. 1
129. Maestro: Este segundo miembro pusimos también al principio, cuando se trató de la manera de honrar a Dios como conviene.
Discípulo: Es así verdad. Y también dijimos que la verdadera y legítima regla de honrar a Dios, era obedecer a su voluntad.
130. Maestro: ¿Cómo así?
Discípulo: Porque él no quiere ser servido según nuestra intención y parecer, sino conforme a sus mandamientos y voluntad.